MÚSICA – BARCELONA – CRÓNICA
A veces, el verdadero espectáculo no está solo en el escenario. Está en las gradas. En las madres que se saben las letras. En las niñas con purpurina en las mejillas. En los abrazos a oscuras cuando suenan ciertas canciones. Anoche, ante un Estadi Olímpic Lluís Companys abarrotado y entregado desde el primer beat, Lola Índigo culminó su gira más ambiciosa —La bruja, la niña y el dragón— con un espectáculo que rozó lo cinematográfico, lo ritual y lo profundamente humano.
Desde las 17:00 h, con una pre-party vibrante orquestada por Bresh y los directos de artistas emergentes como Aleesha o Suzete, el ambiente ya prometía una noche fuera de lo común. Y cumplió. A las 20:00h, el estadio se oscureció, las llamaradas iluminaron el cielo y Mimi Doblas apareció sobre una plataforma elevada, rodeada de fuego. El símbolo no podía ser más claro: la culminación de un sueño que hace años parecía demasiado ambicioso para quien fue la primera expulsada de un talent show.
El concierto se estructuró en torno a tres bloques, reflejo de las etapas vitales y artísticas de la cantante: La Bruja, La Niña y El Dragón. La Bruja fue el inicio incendiario, donde la fuerza y la oscuridad del personaje que se ha reinventado a sí mismo dominaron con visuales impactantes, vestuario oscuro y guerrero y coreografías perfectamente sincronizadas. El cuerpo de baile, impecable, funcionó como una extensión de la propia Lola, que no dejó de moverse ni un segundo.
Luego llegó La Niña, más colorida y fantasiosa como si de una muñeca se tratase, con un punto nostálgico que conectó con el público más joven. Fue un momento de celebración colectiva, de gratitud, donde la vulnerabilidad se convirtió en fortaleza. Con El Dragón desplegó su poder en una explosión de pop urbano, espectáculo futurista y una producción técnica de alto nivel: tirolinas, pantallas gigantes con estética cyberpunk y fuegos artificiales que cruzaban el cielo como misiles de luz.

Entre medias, en formato acústico introdujo el bloque dedicado a su tierra: el GRX, homenaje a sus raíces granadinas. José del Tomate volvió a acompañarla -como hizo en Madrid y Sevilla-, ampliando esta sección que entrelazó flamenco, mestizaje y orgullo andaluz con naturalidad. Cada coreografía era una declaración, cada cambio de vestuario una etapa superada, cada invitado una prueba de que ya forma parte de una liga mayor. Y es que la noche no solo brilló por Lola, sino por sus compañeros de viaje.
Los primeros invitados sorpresa en aparecer fueron Estopa, que pusieron al Estadi Olímpic a vibrar con Tu calorro, aportando el punto más festivo y mestizo del show, presentados por Lola como “sus primos”. Poco después, la emoción alcanzó su punto álgido con David Bisbal, que irrumpió en el escenario con Bulería, en un dueto inolvidable que provocó lágrimas en la propia Lola y una ovación unánime del estadio.
Ya dentro del bloque final, correspondiente a El dragón, la sorpresa tomó forma futurista con Quevedo saliendo literalmente de un huevo gigante para cantar El tonto, en un momento tan surrealista como generacional. Finalmente, Cali & El Dandee sellaron la noche con Yo te esperaré, aportando una dosis de nostalgia y emoción al cierre de una velada que ya era histórica.
Durante las dos horas y media de show, hubo momentos de altísima energía, pero también pausas que sirvieron para respirar. En varios discursos, Lola compartió recuerdos de sus inicios, las inseguridades y el trabajo silencioso que nadie ve. Aprovechó también para lanzar mensajes de empoderamiento, visibilizar el orgullo LGTBIQ+ y hablar, sin tapujos, de salud mental. En un mundo donde el pop muchas veces elige lo superficial, Lola se atrevió a ser real, a mostrar la cicatriz además del brillo.
El cierre fue apoteósico. No solo por el fuego, la música o los gritos; sino porque Lola Índigo cruzó una frontera simbólica que la convierte en la primera artista femenina española en llenar el Estadi Olímpic. Y si este concierto fue un viaje, no fue uno perfecto. Hubo momentos en los que el ritmo se diluyó entre cambios y discursos. Pero, precisamente por eso, fue auténtico. Porque ningún camino real está exento de curvas, y esta bruja, niña y dragón ha aprendido a volar entre ellas sacando a relucir su mejor versión.
Gemma Ribera
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