MÚSICA – BARCELONA – CRÓNICA
Ver a Residente en directo siempre implica algo más que música; es una experiencia donde la política, la ética y la emoción se entrelazan de forma inevitable. Este 14 de julio en el Alma Occident Festival de Barcelona, el puertorriqueño no defraudó, aunque dejó sensaciones encontradas que invitan a la reflexión.
Llegaba apenas días después de cancelar dos festivales españoles —el FIB y el Morriña Fest— por negarse a participar en eventos ligados a fondos de inversión con intereses en la ocupación y militarización de Palestina. Una postura firme y costosa, que ya lo sitúa en esa rara categoría de artistas que no solo hablan, sino que actúan con convicción. Sin embargo, su concierto en Barcelona también mostró ciertas contradicciones y una sensación de que, a veces, el compromiso pesa tanto que puede condicionar la experiencia artística.
La noche arrancó con una elección poco habitual: Residente comenzó el show enlazando varios de sus temas más enérgicos y reconocibles —Atrévete-te-te, No hay nadie como tú, La cumbia de los aburridos y El baile de los pobres—, canciones que, en cualquier otro concierto, suelen reservarse para el final. Un inicio con sabor a despedida que descolocó, pero también prendió la chispa de un público entregado desde el primer minuto.
Después dio paso a composiciones más introspectivas y personales como Latinoamérica, Muerte en Hawaii y La vuelta al mundo, mostrando la versatilidad del artista y su dominio narrativo. Fue en ese tramo donde la música bajó al corazón y Residente conectó desde la emoción.
Uno de los momentos más simbólicos llegó cuando invitó al escenario a un profesor de música palestino y a su compañera, refugiados que lograron escapar de la violencia en Gaza. Fueron recibidos entre ovaciones y banderas ondeando, justo antes de la interpretación de Guerra, una canción cargada de denuncia y emotividad que reafirma el compromiso político del artista. No es común ver en un festival de este tipo una acción tan directa y valiente, que pone en primer plano la realidad de un conflicto silenciado por muchos.
A la hora de cantar 313, Silvia Pérez Cruz apareció como un regalo inesperado. Su voz, frágil y luminosa, se fundió con la de Residente, regalando un momento de comunión artística que elevó la velada más allá del guion. Como si, por un instante, todo el ruido del mundo se detuviera.
Y, por si fuera poco, al interpretar René, a solas en el escenario, el puertorriqueño se rompió. Lloró. Se sentó bajo la batería y no pudo articular palabra hasta el final de la canción. No fue pose: fue un hombre desbordado, recordando lo vivido, lo perdido y lo que aún intenta sanar a través de su arte. Después llegaron Ron en el piso y la ya icónica BZRP Music Sessions #49, una tiradera política que incendia todo lo que toca. Finalmente, el show cerró con Vamo’ a portarnos mal, pero el final llegó de forma repentina, sin bises, dejando fuera otros temas igual de esperados.
El exvocalista y líder de Calle 13 no vino a complacer; vino a compartir su verdad, con todo lo que eso implica. Y en estos tiempos, eso también es una forma de resistencia.
Gemma Ribera
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