TEATRO – BARCELONA – CRÍTICA
La obra de teatro Grand Canyon, fuerte apuesta del Festival Grec 2025, se representa de nuevo en La Villarroel hasta el 21 de septiembre con un lenguaje escénico que se atreve a incomodar. Su impacto radica en una arquitectura dramática sobria pero poderosa, sostenida por un equipo creativo que trabaja con respeto, contundencia y una profunda escucha de cada personaje. Es un montaje que remueve, que obliga a mirar el lado más cruel de la vida, y que entiende el teatro como un espejo fracturado de nuestra sociedad.
Pere Arquillué, después de años brillando como actor en producciones emblemáticas del repertorio contemporáneo y clásico, confirma con Grand Canyon su madurez como director. Su mirada es precisa y su pulso firme: maneja los silencios como quien sabe que en ellos habita el verdadero drama. Su dirección no se apoya en artificios innecesarios y solo concede al guion los juegos formales que este demanda, incluso cuando el último tramo se vuelve más onírico y arriesgado. Arquillué confía en el público y en su elenco para sostener un texto que no regala concesiones ni respuestas fáciles.
El texto es de Sergi Pompermayer y supone la continuación natural de su trilogía iniciada con Amèrica. Ahora, esta nueva obra desplaza el foco hacia las zonas rurales catalanas, donde los conflictos sociales laten con la misma intensidad que en las grandes ciudades. Pompermayer combina tragedia íntima y denuncia social con una escritura cargada de objetividad y sensibilidad, creando personajes humildes y reconocibles que hablan con la verdad por delante. ¿Es muy atrevido decir que la mezcla de la mirada madura de Pere Arquillué como director y la voz incisiva de Sergi Pompermayer como dramaturgo ofrece uno de los montajes más potentes y honestos de la temporada?
El reparto coral -de enorme solvencia- se encarga de traducir ese abismo emocional en carne viva. Joan Carreras encarna a Pere y es quizá quien tiene mayor protagonismo. Se trata de un hombre de mediana edad que soñó con la Ruta 66 y el Gran Cañón pero que ahora se enfrenta al vacío. Mireia Aixalà sostiene a Angela, la mujer de Pere, con una sobriedad densa y mucho sentimiento. Maria Morera aporta la energía de Ruby, joven rapera que encarna la rabia y la lucidez de una generación inquieta. Mar Pawlowsky, en Tatiana, introduce una mirada extranjera y poética, y tanto Guillem Balart como Eduard Buch aportan esa brisa de aire fresco y humor, a veces tan necesaria.
Cada uno de los elementos de la escenografía construye un ambiente de vértigo y fragilidad, casi cinematográfico, que amplifica la tensión del texto. Los objetos, el paisaje, la música, la luz… todo está pensado para subrayar que el Gran Cañón no es solo un lugar: es un estado del alma.
¿Por qué verla?
La obra funciona como un espejo crítico de nuestro presente. Habla de accidentes y diagnósticos, de sueños rotos y de fracasos compartidos, de la imposibilidad de cumplir promesas y del silencio como única resistencia posible. Es una experiencia que agita, que no se conforma con contar una historia, sino que te empuja a sentirla en primera persona.
Valoración: ★★★★★
Texto: Gemma Ribera
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