TEATRO – BARCELONA – CRÍTICA
Hay obras que parecen escritas para el momento en que vivimos, aunque su origen sea otro. Gegant, actualmente en cartel en el Teatre Goya de Barcelona, es una de ellas. La casualidad —o quizá la amarga ironía del destino— ha querido que esta pieza sobre los límites de la libertad de expresión, el antisemitismo y la responsabilidad del artista se represente justo cuando el conflicto entre Israel y Gaza vuelve a ocupar portadas y conciencias.
Basada en hechos reales, la obra imagina un comité de crisis en 1983, cuando Roald Dahl, célebre autor de Matilda y Charlie y la fábrica de chocolate, desata un escándalo tras comparar a los judíos con los nazis en un artículo publicado tras la invasión del Líbano. “Nunca en la historia una raza había pasado tan rápido de ser víctima a convertirse en asesina”, escribió. El revuelo fue inmediato: el mundo literario lo acusó de antisemita, y su reputación —junto con su carrera— quedó en entredicho.
El dramaturgo Richard Rosenblatt convierte ese episodio en una obra tensa, inteligente y profundamente contemporánea, donde se enfrentan las ideas, los principios y los intereses. En escena, Dahl (interpretado magistralmente por Josep Maria Pou) se reúne con su esposa Felicity (Victoria Pagès), su editor y amigo judío Tom Maschler (Pep Planas), su fiel asistente Wally Saunders (Jep Barceló) y una joven representante americana de la editorial (Clàudia Benito). Todos intentan convencerle de que se retracte, de que matice sus palabras, de que entienda las consecuencias. Pero Dahl se aferra con obstinación a su derecho a decir lo que piensa, incluso cuando su pensamiento resulta indefendible.
La puesta en escena es sobria, elegante y precisa. El espacio —una sala cerrada donde todo ocurre en tiempo real— se convierte en una olla a presión donde las tensiones ideológicas hierven. La casa en obras refleja a la perfección la fragilidad de las certezas, la incomodidad del conflicto y la reconstrucción interior del propio Dahl. Todo parece a punto de derrumbarse, tanto física como moralmente.
Mestres consigue que el texto respire y avance sin artificios, dejando que las palabras sean el verdadero campo de batalla. Y en el centro de todo, Josep Maria Pou, enorme en todos los sentidos, ofrece una interpretación colosal, incómoda y fascinante. Su Dahl es arrogante, brillante, imprevisible; un hombre que encarna a la vez el genio y el monstruo. A su alrededor, el resto del reparto teje un equilibrio sutil entre la confrontación y la contención. Hay en Gegant momentos de escucha silenciosa que son pura tensión dramática, y esperas cargadas de sentido, donde los personajes permanecen en escena atentos, presentes, respirando el conflicto.
Lo que hace de Gegant una obra extraordinaria son el trabajo actoral, su recreación histórica, y también su pertinencia actual. En un tiempo marcado por la cancelación, la polarización y la guerra de narrativas, la pieza se atreve a preguntarse qué significa realmente la libertad de opinión, cuáles son sus límites y qué coste estamos dispuestos a asumir por defenderla. No es casual que la obra haya cosechado un enorme éxito internacional antes de llegar a Barcelona. Estrenada en el Royal Court Theatre de Londres, Giant —título original— se convirtió en uno de los mayores fenómenos teatrales del 2024.
¿Por qué verla?
Sin blanquear a Dahl, Gegant lo muestra como un ser humano contradictorio, capaz de lo mejor y de lo peor, y nos invita a reflexionar sobre la separación entre el arte y el artista, sobre si podemos admirar la obra de quien aborrecemos como persona. La función, en catalán, dura 165 minutos con entreacto, y ni un solo minuto sobra. Porque cuando el teatro se atreve a mirar de frente la incomodidad y a decir lo que otros callan, el escenario se convierte en el lugar más honesto del mundo.
Valoración: ★★★★★
Texto: Gemma Ribera
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