TEATRO – BARCELONA – ENTREVISTA
La nueva obra escrita y dirigida por Josep Julien sacude la aparente calma doméstica para mostrar las grietas del amor, la fe y la perfección familiar. En Carn humana, Santi Ricart y Meritxell Calvo interpretan a una pareja que roza el delirio en su intento de ser “buenos padres”. Hablamos con ellos sobre humor negro, deshumanización y esa delgada línea entre la risa y el vértigo.
Una pareja, un hijo adoptado y una cotidianidad que empieza a agrietarse. Así arranca esta obra representada en la Sala Atrium hasta el 30 de noviembre tras recibir el Premi Ciutat d’Alzira 2022. Bajo su apariencia de comedia negra late un retrato feroz de la familia contemporánea y de la forma en que el capitalismo, la culpa y la necesidad de control pueden convertir el amor en obsesión.
El espacio escénico —diseñado por Anna Tantull e iluminado con sutileza por Xavi Gardés— ya anuncia que algo se ha desbordado. En escena hay hojas, árboles, una hamaca y un columpio: un jardín que parece haber invadido el salón o, tal vez, la mente de los protagonistas. En el centro, Ramon (Santi Ricart) descansa sobre una tumbona; pronto se unirá Màrcia (Meritxell Calvo), y juntos comenzarán un viaje que, de lo doméstico, se precipita hacia el delirio.
Julien define su obra como una “carcajada cruel” sobre la deshumanización moderna. Y no exagera: Carn humana provoca risa, pero una risa que corta. “Primero me reí y después pensé en toda la mala leche que hay en el fondo porque los chistes vienen de lugares oscuros, de cosas que te incomodan”, confiesa Meritxell Calvo, que da vida a una Màrcia tan tierna como inquietante. Su compañero Santi Ricart recuerda que el texto le atrapó desde la primera lectura: “Me sorprendió para bien. Últimamente cuesta encontrar textos que te hagan reír solo leyéndolos. Y con este me pasó. Lo leí y pensé: guau”. Esa doble sensación —entre la risa y la incomodidad— recorre toda la obra.
Cuando les pregunto qué fisuras humanas les ha interesado más explorar, Ricart reflexiona: “No sé si tienen fisuras… Diría que más bien, al interpretarlos, hay un impulso emocional. Cuando no hay espacio para la reflexión, tampoco lo hay para la fisura. Es todo como… ‘¡venga, vamos!’”. Calvo añade: “Al ser una comedia, todo está un poco magnificado, porque hablamos de cosas muy fuertes. Si lo hiciéramos desde la razón, los personajes se convertirían en monstruos. Es una obra muy cerebral y visceral. En los ensayos siempre salía la palabra ‘entraña’. Todo sale de dentro. Es emocional”.
Esa visceralidad se traduce en un trabajo interpretativo intenso, casi animal. El público asiste a un estallido de emociones que pasa de la contención al grito en cuestión de segundos. “Claro —explica Ricart—. Si no piensas en la ilusión que tienen estos padres porque su hijo cumpla ciertas expectativas, no puedes comprender hasta qué punto de violencia llegan”.
El personaje de Màrcia, interpretado por Calvo, encarna a una mujer devorada por su propia obsesión por ser perfecta. “Sí, Màrcia tiene esa cosa de la perfección. Es muy competitiva, muy perfeccionista. Se compara constantemente con los demás. Siempre necesita tener lo mejor: el mejor hijo, el mejor marido, la mejor casa. Incluso presume de su jardín, aunque esté desordenado, solo porque es más grande que el de los vecinos”, dice entre risas. Esa búsqueda de superioridad —tan cotidiana, tan reconocible— funciona como una radiografía de la exigencia social y emocional contemporánea.
Ricart, en cambio, interpreta a un Ramon más tranquilo, aunque igualmente atrapado. “Son padres de un niño bosnio adoptado, pero, por decirlo de alguna manera, ya han tenido otras experiencias… y hasta aquí puedo contar”, comenta divertido. Calvo completa: “Sí, pero es cierto que Ramon y Màrcia afrontan la situación de forma muy distinta: digamos que uno ve todas las virtudes del niño y el otro cree que quizá no es tan virtuoso. Ahí se genera el conflicto”.
El tercer vértice de esta familia, Mirko, nunca aparece en escena, pero su presencia lo inunda todo. “Nos ayudó mucho que desde el primer momento ya tuviéramos en nuestras manos las intervenciones grabadas en voz en off. Además, son las de la hija del ayudante de dirección, Pepo. Desde el inicio tuvimos muy claro el punto de vista de ese personaje y construimos los nuestros a su alrededor”, explica Calvo. Ricart lo resume: “Además, hablamos de él todo el rato. Es un protagonista que no aparece. En realidad, hay tres personajes en la obra, y de hecho lo digo al inicio de la función”.
Sobre la puesta en escena, Ricart reconoce que encontrar el tono no fue fácil: “Ha sido un poco complicado montar el texto, porque podría ser perfectamente una conversación cotidiana de pareja mientras están desayunando. Pero el lenguaje de Julien exige otra cosa, te lleva a un lugar más simbólico, más extremo”. Calvo lo corrobora opinando que han “salido del convencionalismo que supone un diálogo entre dos personas porque la obra dura una hora, y es una hora de la vida real de dos personajes que hablan del problema que tienen”.
Su idea se ha basado en “llevarlo todo un poco hacia el caos para acabar evitando un final predecible”. Y es esa apuesta por lo extremo, por lo absurdo cotidiano, lo que convierte Carn humana en una pieza tan perturbadora como divertida.
La obra nos enfrenta a esa violencia silenciosa que puede habitar incluso en los espacios más seguros: el hogar, el amor, la educación… Porque a veces, como sugiere el título, lo más humano también puede ser lo más cruel.
Gemma Ribera
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