MÚSICA – INTERNACIONAL – CRÓNICA
El rectángulo cúbico situado en el centro del escenario daba la bienvenida a los 46.000 espectadores que anoche se reunieron en el Estadi Olimpic Lluis Companys de Barcelona para celebrar durante dos horas el fin de gira europea de Beyoncé, siendo ésta la única fecha en España. Tras una espera amenizada por la música dj de Ingrid y Chloe x Halle, la figura geométrica empezó a iluminarse y a girar sobre su eje, para recibir a una Beyoncé radiante, de mirada matadora y sonrisa cargada de emociones, que desprendió una seguridad en si misma a través de su voz y sus movimientos de principio a fin del show.
La figura geométrica mandaba y mostraba en sus cuatro caras a Beyoncé como una auténtica diosa de ébano. El incansable juego de luces, dimensiones y composiciones acompañaron a la cantante y a su ejército de bailarinas junto a la poderosa banda -dato importante: todas mujeres-, dejando huella a la hora de dividir el espectáculo, estructurado en seis actos.
Vestida de negro, escotada, con pamela -que dejó su melena al viento al deshacerse de ella- y con microfono de oro, abrió el primer bloque con Formation y Sorry, dos de los temas más sonados de su último album Lemonade. Al poco tiempo, salió a saludar, encantada de la vida y con la mano en el pecho. Las emociones a flor de piel nada más empezar. Generosa como es ella, se arrancó con Oye, la versión en español de Irreplaceable, un gesto dedicado al público de nuestro país. Después, con unas 20 bailarinas siguiendo sus pasos, interpretó también Bow Down y Run The World, rodeada de fuegos artificiales, efectos visuales, columnas de humo y lenguas de fuego, ideales para subir la temperatura.
Para introducir muchas canciones en el repertorio, la artista optó por hacer algún medley y así enlazar piezas musicales con un remix de sonidos específicos para The Formation World Tour. En anteriores shows algunas pausas resultaban algo lentas, pero esta vez los interludios pasaron rápido, o bien con vídeos e imágenes proyectados en el cubículo o bien disfrutando del solo de alguna de sus músicas -situadas en el extremo derecho del escenario- o de alguna de sus maravillosas bailarinas. Realmente el ritmo fue muy correcto y el sonido estuvo muy matizado en todo momento.
En la segunda parte, apareció con un traje blanco muy, muy corto y sensual. Su cuerpo se movía sin parar mientras sonaban varios temas uno detrás de otro, yendo del presente al pasado y viceversa, contagiando al público su energía y las ganas de cantar y bailar, por ejemplo, Mine, Baby Boy o Hold Up. Demostrando ser quien es, se vio a la reina, «Queen B», eternamente cariñosa y agradecida con sus seguidores. Todo ese autoconocimiento que tiene no recae en egocentrismo por muy diva que sea, sino todo lo contrario.
Beyoncé, pese a perecer un ángel caído del cielo, tiene los pies bien puestos en la tierra, y por eso mismo es una de las pocas artistas del panorama actual capaz de ofrecer una rigurosa experiencia como la vivida anoche, la cual resulta ser mucho más -y mejor- que un simple concierto.
La voz de esta estrella mediática no desafinaba ni temblaba, pero hizo temblar a cada uno de los corazones presentes, sin duda, gracias a las tesituras vocales de esta mujer, que son incuestionables. Especialmente, su potencial se vio reflejado en Me, Myself and I, que cantó a solas con la multitud, 1+1, que afirmó previamente que es una de las canciones más especiales para ella y la que más le gusta cantar; la versión reducida de Runnin’ (Lose it all), que puso los pelos de punta a más de uno -originalmente lo canta en colaboración con Naughy Boy- y Love on Top, que comenzó cantando ella a capella sin banda ni efectos especiales y acabó siendo cantada por los asistentes, generando un coro gospel que subía cada vez a un tono más agudo.
Cero sobreactuación, pura naturalidad. Sin abandonar su lado femenino y feminista, la artista iba apareciendo con cambios de vestuario muy llamativos a medida que el recital eléctrico y colorista iba avanzando. Con un trono como atrezzo y números artísticos propios del circo, Beyoncé y sus chicas, vestidas con trajes de estilo futurista, fueron repartiéndose por el escenario principal y la plataforma central, cruzando la pasarela al compás de la música con coreografías urbanas para complementar Don’t Hurt Yourself, Diva, Flawless o Drunk in Love, así como Rocket o el original karaoke montado con la letra en las pantallas para Countdown y Yoncé.
De nuevo vestida de negro pero con motivos dorados y botas altas con estampado animal, la cantante lució su voz con temas como por ejemplo Daddy Lessons, hasta el punto de querer homenajear a Prince con The Beatiful Ones, para dejar paso a las luces lilas y las notas musicales de Purple Rain, en forma de respiro, con el fin de encarar la recta final con más fuerza y elegancia a su regreso al escenario. En ese entonces, la mujer de rojo, enfundada en un escueto traje de cuero de ese color, encendió el ambiente interpretando uno de sus primeros sencillos en solitario, Crazy in Love, seguidamente de Naughty Girl y Party, este último con lluvia de confeti incluida.
Aunque Lemonade parece incluir indicios de una posible crisis matrimonial con su marido Jay Z, las imágenes proyectadas de su boda, el nacimiento de su hija y otros recuerdos familiares, apuntan a que todo sigue en orden. En el sexto y último acto, la reina y su tropa caminaron descalzas y firmemente hacia la plataforma secundaria. Para sorpresa de muchos, sí, se había convertido en una piscina de 7.500 litros de agua, lugar perfecto para recrear la actuación de los BET Awards, que parecía de película, y transportarla a cada ciudad de la gira. La fiesta del agua siguió con Survivor, guiño a Destiny’s Child, el grupo que la vio nacer, y End of time, anunciando que se acercaba el final.
Desde la piscina aprovechó para presentar y pedir aplausos para todo su equipo antes de darse un último chapuzón, y al sonar los acordes de Hallo, con pirotecnia de fondo y sin dejar de cantar a todo pulmón, Beyoncé se despidió de las masas recorriendo el escenario de arriba a abajo hasta desaparecer.
Puede que, como en nuestro caso, estar en las primeras filas fuera un poco incómodo por el hecho de perder visibilidad en cuanto a las coreografías realizadas en la plataforma central, igual que puede que mucha gente echara de menos el famoso Single Ladies, tema ausente. Sin embargo, nadie puede negar que Beyoncé se quedó sin respiración dándolo todo, y a su vez dejó sin aliento al estadio entero entre sus curvas, el grandioso espectáculo, su dulce carisma y su inigualable voz. Hay limonada fresca para todos y para rato.
Texto y fotos: Gemma Ribera
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