TEATRO – BARCELONA – CRÍTICA
José Carlos Plaza mantiene vivo el legado de Federico García Lorca gracias a una versión actualizada de uno de los clásicos del poeta y dramaturgo: La Casa de Bernarda Alba. Según las propias palabras del director, “Lorca ya anticipó el panorama en el que nos encontramos hoy en día; una sociedad sometida al control del poder que, en vez de fomentar la cultura y el pensamiento crítico, prefiere tener a borregos como ciudadanos”. Están de gira y han hecho parada en el recién renovado Teatre Apolo de Barcelona hasta el 26 de septiembre.
Tal y como sucede en la tragedia original de García Lorca, Bernarda Alba tiene una actitud autoritaria porque así es como la educaron sus antepasados. Fue esclava de su marido y de sus progenitores, y pretende enseñar a sus hijas aquello que ha visto a lo largo de su vida. Junto a ella conviven las cinco hijas, la abuela y una criada. No hay hombres en escena, tan solo aparecen algunas señales que representan al personaje de Pepe El Romano, clave tanto en el texto original como en el transcurso de la obra teatral.
Precisamente, esta adaptación actual es una crítica a la dependencia de los personajes femeninos respecto al único hombre que está presente en el relato de Lorca. Las mujeres quieren dejar de lado la opresión, pero no saben cómo hacerlo. Es fácil percatarse de que asomar la cabeza por varios puntos del escenario para escuchar y espiar lo que ocurre en el salón principal, es un constante gesto de las protagonistas para simular la vigilancia y el control al que están sometidas.
La escenografía es sencilla y sutil. No obstante, vemos varios elementos que esconden un significado poético a la par que real. En uno de los laterales hay un tronco de árbol cortado del que solo quedan las raíces. Una metáfora visual para introducir el tema central de la pieza: esa dificultad por desprenderse del pasado y arrancar desde el presente. En una de las paredes vemos un lienzo donde pueden intuirse unas ninfas que disfrutan de su erotismo, una representación gráfica que acoge dichas ninfas como uno de los símbolos referentes por excelencia de la libertad a principios del siglo XX.
Consuelo Trujillo interpreta de forma brillante a Bernarda, la matriarca de duras convicciones que impone en su casa un estricto duelo de ocho años tras quedarse viuda. En la piel de sus hijas, todas ellas expuestas al “qué dirán”, están Ana Fernández (Angustias), Zaira Montes (Martirio), Marina Salas (Adela), Ruth Gabriel (Magdalena) y Montse Peidro (Amelia). Rosario Pardo (Poncia, la criada) y Luisa Gavasa (María Josefa, la anciana madre de Bernarda), como veteranas, tienen sus momentos estelares en escena y derrochan valentía.
¿Por qué verla?
José Carlos Plaza ya realizó una adaptación de este drama rural universal en 1984, pero ahora ha vuelto con una puesta en escena más rígida, escueta y esencial para los ojos del espectador. El elenco es realmente un acierto y aporta esa visión feminista que quería dar el propio director. Las cinco hermanas, sin otra opción, viven en un mundo poco flexible, pero cómodo, anestésico e inculto que las anula y las obliga a vender su libertad y a obedecer a su madre, la cual no sabe qué hacer con una auténtica esencia vital que la desequilibra.
Valoración: ✮✮✮✮
Texto: Gemma Ribera
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