REVIEW: «120 pulsaciones por minuto» refleja como se vivió el SIDA en Francia durante los años 90

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CINE – INTERNACIONAL – CRÍTICA

El cine francés no suele ser precisamente santo de mi devoción, pero reconozco que de vez en cuando aparecen joyas que merecen incluso más promoción y, por consiguiente, más éxito del que se espera. 120 pulsaciones por minuto, el tercer largometraje del director Robin Campillo, viene a ser un ejemplo de ello. El título hace honor al ritmo del film. Ni siquiera hay tiempo para llorar, pues cuando se trata de una enfermedad como el SIDA, por muy irremediable que sea, la lucha debe ser interminable.

La cinta comparte temática con la arrebatadora ópera prima de la directora catalana Carla Simón, Estiu 1993. Ambas producciones se datan a principios de los 90 para rememorar y narrar vivencias de un tiempo en el que la epidemia del SIDA ocupaba demasiados cuerpos y corazones. Cada una lo hace en su contexto y a su manera, pero mientras que la primera ya es un claro referente de cine independiente con amplia proyección internacional, la francesa llega este 19 de enero a las taquillas españolas también de la mano de Avalon, dispuesta a conquistar a los espectadores igual que lo hizo en el último Festival de Cannes, donde ganó el Gran Premio del Jurado.

El escenario principal, aquí, es la ciudad de París. Los protagonistas, un grupo de jóvenes seropositivos. La historia incide en el recuerdo de la labor y la militancia de Act Up París, una asociación que en esa época luchó como ninguna otra para hacer visible al Estado y al resto de la sociedad los perjuicios del VIH. El equipo buscaba políticas sanitarias correctas y se reunía para activar acciones de protesta con las que concienciar de que el tiempo de vida de los enfermos se agota. Claramente, en el fondo hay cosas más importantes que el simple negocio político y farmaceutico, ya que así solo se mueve dinero y no se resuelve nada.

Robin Campillo fue activista contra el SIDA, igual que el productor del film, Jacques Audiard, y el guionista del mismo, Philippe Mangeot. El trabajo consistía en transportar esa realidad del pasado hacia el presente, contagiando a los actores las sensaciones de miedo, de incertidumbre y de dolor para poder interpretar a una masa que corre quizá sin rumbo, pero también sin pausa.

En 120 pulsaciones por minuto, el relato se cuenta desde un punto de vista colectivo. No hay protagonistas individuales, pero sí que es cierto que hay un par de personajes que destacan por encima del resto. Éstos son Sean, miembro fundador de Act Up interpretado por el sonriente cabeza de cartel Nahuel Pérez Biscayart, y Thibault (Antoine Reinartz), un chico que se está consumiendo debido a la enfermedad y que tiene una ideología muy definida. Ellos dos se compenetran en esta lucha frente al dolor y al amor, apoderados de un movimiento reivindicativo donde el espíritu colectivo, tal como ya he dicho, coge ventaja sobre el espiritu emocional.

Momentos históricos encubiertos por una relación de amor que, como todo lo que pertenece al ciclo vital: nace, surge y muere. La batalla es complicada. Siempre se ha dicho que el SIDA afecta a la sociedad marginal, pero aquí se representan las ganas de poner fin a la pasividad de los poderes políticos desde caras distintas. Nadie es mejor ni peor que nadie. Esa es la belleza de la película.

  • ¿Por qué verla?

A base de pequeñas pinceladas, la cinta dibuja un esquema sincero y realista sobre la situación que se vivió en ese entonces. Es un drama pero parece un documental, ya que incluye escenas en las que se incorporan imágenes de microscopio que muestran células infectadas por el VIH. La luz, el guion, la naturalidad de los actores… todos los elementos en conjunto componen una obra visual muy atractiva a la par que sensible que pretende que nunca olvidemos esa etapa de urgente agitación. No apta para personas altamente susceptibles, pero sí para aquellos que quieran indagar en el tema.

Valoración: ✮✮✮✮

Texto: Gemma Ribera
© COMOexplicARTE

Aquí el trailer (VE):

 

 

 

 

 

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